Piedad
Santa Madre de Dios, ¿qué sufrimiento
se puede comparar a tu agonía
de recibir al hijo macilento
-a tu Jesús- bajo la cruz sombría?
Y en el altar de tus maternos brazos
arrancar las espinas de su frente,
abrazarte a su carne hecha pedazos
y repasar sus llagas tiernamente…
¿Qué angustia puede ser más tormentosa
que el repudio del bien, que ver al mundo
queriendo prescindir de la alborada?
Ese día, tu rostro fue una rosa
marchita de dolor. Y en lo profundo,
sangró tu alma al filo de la espada.
Jorge Antonio Doré
PoesíaHispana.com
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