Segundo Misterio Glorioso: La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo
“Venid, Espíritu Santo, alumbrad mi mente; venid, enardeced mi corazón”.
Todo es sabiduría en el plan providencial… El Monte de los Olivos había sido teatro y testigo de la agonía del Salvador y de la infame traición. Pues bien, será también testigo de la gloriosa Ascensión del Señor al cielo.
Entre los espectadores, María se encontraba ciertamente… Ella, que lo había visto nacer en una gruta.¡Ella, que lo había visto morir en la Cruz de ignominia, lo ve ahora resucitado, que sube al cielo como divino Triunfador!
1. El buen Maestro se va, pero no nos deja huérfanos… Ya se había encadenado en medio de nosotros por la divina Eucaristía… Y estará también entre nosotros en la Iglesia hasta el último día del mundo, según su promesa.
Se va por nuestro bien y nuestra gloria… Va a pedir al Padre que nos envíe el Consolador, el Espíritu Santo… Y, nos lo ha dicho claramente; sube al cielo también para prepararnos una morada en su mansión.
¡Gracias, Rey adorado, bendito seáis mil veces, alabado, adorado, por esas dos maravillosas promesas! Gracias por el Consolador ya venido… Y gracias por la morada que esperamos ocupar cerca de Vos en vuestro Reino… ¡Gloria a Vos! ¡Aleluya!
¡La Ascensión fue un triunfo supremo! ¡Fue la apoteosis final del Hijo del hombre humillado hasta la muerte en la Cruz!
San Esteban, muriendo bajo las pedradas de los judíos, ve los cielos abiertos y al Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios Padre… Allí vive y reina por la eternidad.
El día de la Ascensión regresa a su casa, siendo su morada el Corazón del Padre… Sin dejarla, había descendido para obrar nuestra salvación… y ahora, sin dejarnos, vuelve a su Padre.
Habéis prometido, Señor Jesús, que si os amamos, el Padre nos amará también, y que entonces los dos vendréis y haréis en nuestra alma Vuestra morada… ¡Cumplid, Jesús, esa promesa!
Mostradnos desde acá al Padre. Dadnos que lo conozcamos por Vos, que lo amemos con Vos… Porque, según vuestra palabra, nuestra justicia consiste en conocer al Padre y al enviado del Padre, a Vos, Verbo Divino y nuestro Salvador.
2. Y como los testigos seguían arrobados con la mirada al Triunfador Jesús que subía al cielo por su propia virtud, un ángel les dijo: “Como lo veis subir, así volverá un día”.
Mientras tanto, reinando a la diestra del Padre, ha sido constituido único Juez de los hombres… Lo encontraremos, pues, en la hora de nuestro juicio particular, después de la muerte.
¡Oh!, qué gracia y qué inefable consuelo, Jesús, el saber que Vos, nuestro Salvador, habéis de ser nuestro Juez: ¡Vos seréis quien fallará nuestra sentencia!
Sois la misma Sabiduría… no podéis equivocaros y condenar como maldad lo que no es sino debilidad …
Sois la misma Justicia… no podéis confundir y castigar lo que es ignorancia o error, como rebelión de orgullo.
Adoramos, Señor, vuestra Sabiduría y vuestra Justicia, que harán temblar de espanto a los malvados, a los hipócritas, a vuestros enemigos…
Pero estos atributos divinos, Jesús, serán la única base inconmovible de nuestra paz y de nuestra confianza en esa hora solemne, decisiva de nuestro porvenir eterno.
María, Madre de Misericordia, preparadnos para esa partida, para la muerte, para nuestro juicio… Que merezcamos, Virgen Santa, oír de labios de vuestro Jesús la feliz palabra: «¡Venid, vosotros los benditos de mi Padre!» ¡Y entonces, de vuestros brazos maternales, caeremos en los del Rey Jesús, para siempre!
¡Ah, un día, el último, sobre las nubes del cielo, con gran poder y majestad, Jesús, precedido de su Cruz, hecha cetro y estandarte de gloria, volverá para juzgar al mundo!
Este juicio ratificará solemnemente la sentencia ya recibida en la muerte… Pero será, además, la plena justificación pública, ante el universo, de la providencia sabia, justa y bondadosa de Dios respecto del hombre.
¡Oh!, entonces todos los misterios de acá, muchas veces desconcertantes, serán revelados… ¡Veremos la razón de sabiduría y de justicia del éxito brillante y momentáneo de tantos inicuos… la razón de la confusión y del martirio de tantos justos!
Sí, se verá entonces, con divina claridad, el por qué de las persecuciones de los tiranos y de la opresión de los santos…
Entonces el llanto se trocará en himno de alegría, los gritos de triunfo en llanto eterno de desesperación…
Y Cristo reinará, y los justos con Él, por siglos sin fin…
3. Para llegar a esas alturas de los collados eternos con Jesucristo triunfante, debemos deshacernos del peso de nuestros pecados y de nuestras miserias…
Hay que romper, sin titubear, las cadenas de hierro de nuestro triste cautiverio de la tierra, que estorba nuestra ascensión espiritual… ¡Subamos resueltamente a las cimas de la virtud!
¿Quién subirá en pos del Salvador Jesús? Los limpios de corazón y los pobres de espíritu…
- ¡Los limpios, predestinados a ver a Dios!
- ¡Los pobres de espíritu, predestinados a poseer a Dios!
¡Cuántos ricos que fueron pobres en espíritu y de corazón, como todos los santos reyes, para quienes el oro no era sino polvo despreciable!
Pero ¡ay, cuántos pobres, desgraciados por ser demasiado ricos de deseos desordenados de bienes materiales!
Los mismos Apóstoles esperaban el reino temporal de Israel, y por tanto su avidez y ambición satisfechas… Y Jesús no hablaba sino del Reino que debe ser espiritual y dentro de nosotros.
Sólo los que han comprendido la doctrina sublime del Reino de Dios mediante el despojo de las cosas terrenales, poseerán el Reino Celestial… ¡los puros de corazón y los pobres de espíritu!
No lo olvidemos: no se puede poseer dos cielos, uno de satisfacción terrenal… y después el otro, de bienaventuranza eterna. El uno excluye al otro.
Espíritu Santo
¡Lavad nuestras manchas!
¡Regad nuestras sequedades!
¡Curad nuestras heridas!
El Reino de Dios padece violencia y sólo los violentos lo arrebatan…
La muerte romperá los lazos más queridos. Prevengamos, la obra de la muerte: despojémonos voluntariamente para hacer así suave, apacible, santa nuestra despedida suprema.
No nos halaguemos de ilusiones, pensando que se puede gozar acá y allá… ¡No! No hay más que un cielo, y allí se va pobre de espíritu, despojado, purificado el corazón del barro de la tierra.
Sigamos a Jesús, imitando su ejemplo en su vida y en su muerte. Y entonces subiremos en pos de Él y lo poseeremos en la gloria del Padre.
Oremos con María
En honor de la Santísima Trinidad y del Misterio de la Ascensión del Señor, pidamos por el Corazón Inmaculado y Doloroso de María, la fuerza de romper todos los lazos terrenales que nos impiden levantar el vuelo espiritual hacia el cielo… Subamos con Jesús hasta el Corazón de su Padre y nuestro Padre.
Deshojemos la rosa de este misterio a gloria de María, Madre de misericordia.
Por la conversión de los pecadores, sobre todo los de la familia, recemos una piadosa Salve.
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